viernes, 22 de junio de 2007

Carretera adelante, se me ocurren ideas tan escuálidas que me quedo dormido como un viejo dormido. Soy un viejo dormido en un automóvil, de modo que en ese preciso momento, a la vez, sueño con gente imposible o me rodean cosas insólitas, que se deforman como imágenes oníricas de un surrealista inspirado o se ablandan inesperadamente. Me despierta cada frenazo, cada vaivén, hasta que de pronto ya no duermo y contemplo el aparentemente lento descenso de un enorme avión de pasajeros que parece bajar husmeando, tanteando el aire con su inmensa nariz. Agacha a última hora la cola y desaparece más allá de un bosque de pinos que me impide verlo regresar a la tierra con esa suave, aparentemente imposible destreza con que lo posa el piloto como si jugara. Me imagino el suspiro aliviado de la pequeña multitud de los pasajeros, el que más y el que menos desazonado por esa irreal sensación con que se despega y aterriza. Porque allá arriba no sientes nada, viajas como también en sueños, pero en esos dos momentos, de despegar y posarse, recobra cada cual su ración, ya dije, mayor o menos, según las agallas, de miedo y se muere y se renace una vez más, como tantas cada día, para recordar por un lado y por otro irse entrenando.

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