Te di la vida una tarde aburrida,
sobre el papel inerte y tú
parecías
tan bondadosa,
ingenua,
núbil,
inocente,
que decidí irte dando más y más vida y figura,
escribí un cuento
en que hacías, decías,
enamorabas,
recuerdo que poco antes del final
me discutiste la última palabra,
me dijiste que ahora eras ya una mujer hecha y derecha
y no ibas a tolerar que ningún imbécil como yo
te indicase las palabras que debías decir,
los gestos,
si podías o no entregarte con frenesí
al ansia de vivir o de morir que te estaba asaltando
como la marea de un día tremendo
de maremoto del norte contra el viento del sur.
Aquella tarde, te perdí, aún te busco
desesperadamente
porque resulta que te quiero, que no puedo
vivir sin tu desprecio
o,
por lo menos,
tu odio de aquella tarde,
que no era más, ahora lo entiendo, que el amor
visto desde el otro lado del espejo.
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