Hace cincuenta y cuatro años y todavía es nítido el recuerdo, pero no hablaré de ello más que para decir que es doloroso por más que se trate de un dolor recordado y no experimentado en el momento mismo en que lo siento.
Tedioso el camino por la carretera alternativa a otra que se halla en obras para abrirla a la avalancha, que se anuncia, de los veraneantes, los peregrinos y los transeúntes. Toda una hilera de impacientes cochecitos, latas de conservas con ruedas y dentro los humanos, que sen en realidad los impacientes, que tuercen y retuercen su marcha por la vetusta carretera de la costa, como un laberinto estrecho, cubierto de follaje. Una hermosa carretera para recorrer sin prisa. Pero ¿cuando se va por una carretera sin prisa?
Por fin acaba el día, que, como no podía por menos, ha estado lleno de claroscuros.
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