lunes, 11 de junio de 2007

Volvió, de golpe, el sol, detrás de un fin de semana grotesco, y lo digo por las piruetas del vaivén de vivir, que piensas que ya lo viste todo, pero, como decía el abuelo, queda siempre, hasta que sueltas el último suspiro, el rabo por desollar.

Es bueno tener un refugio, especie de lugar secreto, dicho sea entre comillas porque ¿qué lugares secretos hay en realidad?, yo se lo llamo al desván, que casi nadie sube y así pude buscarme una silla de playa vieja y oxidada, para ponerla debajo y cerca de la claraboya por donde se descuelga una torrentera de luz.

Hay días de sol en que esa torrentera de luz, como todas y todo el mundo sabe, se llena de motas infinitesimales, de polvo, a que el sol saca brillos inesperados. Es como si el aire se llenase de un polvo de estrellas, de chiribitas de luz, de brasas de una pequeñísima hoguera olvidada al retirarse, con el nacimiento del día, las hadas.

Pueden ser hadas, podrían ser ángeles. Algo sin duda se va con las sombras de la noche, a la vez que algo o alguien acentúa su presencia cuando retorna el sol ¿o nace un nuevo sol cada mañana? Creo que ya les conté a todos los que alguna vez me hayan leído en alguna parte que para mí cabe pensar que cada atardecer es un sol distinto el que se pone en el horizonte, aquel con que cada atardecida comulga la tierra. ¡La de soles que habrá en el montón donde desde el primer día de la creación habrán ido, digo yo, cayendo! Me pregunto si alcaer se apagarán, si durará el rescoldo o si seguirán vivos y lucientes hasta el final de los tiempos, como si fuesen una gran hoguera o tal vez alguna de esas que los astrónomos dicen que hay y llaman galaxias.

Por fin, de cualquier modo que sea, es lunes y hace un día formalmente radiante. Casi todos lo son, de un modo o de otro, luego lo que los diferencia es lo que pasa dentro de cada cual, que ahí, para cada cual, está el quid. -

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