domingo, 24 de junio de 2007

SABADO 23

Dijimos: hasta mañana, ambos
con el corazón de la verdad en la mano,
temblando.

Pero no hubo mañana nunca más, y no recuerdo
si fue tu culpa o la mía,
pero ambos la pagamos en el dolor de una ausencia irremediable,
que dejamos crecer
como una mala hierba en la memoria.

Pudo ser una noche del señor san Juan, y tal vez
por eso preferimos, desde aquella tarde, recordarnos
como fuimos entonces, una pura ilusión, convencida
de que es eterno, siempre, como el nuestro,
cualquier amor.

Esta noche que viene, es la del señor san Juan, la más corta –dicen- del año, pero a la vez la más plagada de extraordinarios acontecimientos reales o fingidos, imaginarios o ciertos, qué más da, si ocurren en algún lugar de la mente, la memoria, el futuro o la imaginación. Es noche para salir a pasar de claro en claro, por más o menos que sea turbia, y a la mañana recoger el trébol de cuatro hojas y la flor del agua. Es la noche del solsticio de verano. Los vientos se quedan, esta noche, en ambos de sus filos, del ocaso y el orto, del nuevo sol, por más que no lo haya, de la mañana, para que las sombras se estén quietas y se pueda circular por entre ellas con la facilidad de otros días de los rayos de luna, que están, en parte, hechos de polvo de estrellas muertas y de insomnios de adolescente y por eso son verdeamarillopálidos como el regusto de una tristeza, un poco parecido al del vino del Rin, si os fijáis. No hay que aventurarse mucho, esta noche de cada año, porque es tan diferente y extraordinaria que hasta los amores falsos parecen verdaderos. Y entre los mozos cargados de flores que trepan a los balcones, hay seres fingidos y extravagantes personajes de cuentos tradicionales que se han olvidado o están todavía por escribir. Unos personajes mucho más peligrosos que los de los cuentos ya escritos, porque estos no se sabe a qué mundo pueden llevar y cómo van a engañar al imprudente que les abra una hendija en la ventana, que vale más que las mozas solteras y sobre todo las núbiles, no traten de mirar quién les pone el ramo esta noche sin límites, que parece eterna pero es exacta y mínima, sólo la noche indispensable para que todo ocurra y no ocurra nada, pero tu balcón, amada mía, tendrá siempre, cada año, mientras yo sea capaz, una rosa y un beso.

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