jueves, 6 de diciembre de 2007

Ahora es más larga la noche, y cuando los coches casi todos duermen, en lo oscuro, que recientemente fue luz y colores, se puede escuchar, si se pone atención, ese grito casi inaudible de los murciélagos que han sustituido a las gaviotas en la vigilancia del tiempo que pasa, invisible, como siempre, paralelo al agua, por debajo de los gastados arcos del puente que salva el río. Ahora, hasta santa Lucía por lo menos, que hay quien dice que hasta Navidad, los días se han hecho pequeños, como el mundo es ahora, y las noches largas y anchas, como dicen que ahora crece el espacio del universo. ¿Qué hay en el límite? ¿Qué separa el ser del no ser? En el bauprés de lo que existe digo yo que irán los elfos y los poetas, algún filósofo y seguro que un sabio en matemáticas. Los sabios en matemáticas, para mí todavía incomprensibles. Tienen en su poder lo más hondo del conocimiento, la punta de la raíz de lo que los humanos somos capaces de conocer. Son capaces de manejar y de combinar los números y las letras, separados de cifras y de palabras, para conseguir igualdades, equivalencias o diferenciales que podrían exterminarnos, si se aplicasen a la materia. Y sin embargo ignoran todo respecto del origen de una vida que podrían exterminar chascando los dedos del poder. Disponemos de la posibilidad de matarnos unos a otros, pero somos incapaces de darnos vida. Deberíamos concitarnos siempre para tratar de conservar la vida de muchos, esta posibilidad de enamorarnos que nos descubre incluso mundos nuevos, sensaciones inesperadas y nos enseña cómo es el dolor y en qué consiste y que puede crecer, desarrollarse hasta lo inconmensurable sin habernos matado todavía, porque el dolor y el placer no tienen límites conocidos, tal vez para que adivinemos la dimensión ilimitada de otra vida posible, más allá de la muerte.

No hay comentarios: