En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 13 de diciembre de 2007
La ciudad se ha encendido, disfrazado de Navidad 2007. Caen las lucecillas en cascadas, trepan, se entrecruzan, juegan por entre el escaso follaje de unos árboles desmedrados, prisioneros, desesperanzados en su alcorque respectivo, en que se para a olisquear el variopinto mundo de los perros de ciudad. Vendo castañas asadas –dice el letrero del chiringuito que hay al lado del que está lleno de figuritas de belén-, y aclara que a medio euro cada castaña asada del cucurucho de papel de periódico que se va comiendo la niña, de la mano de un señor ue en seguida se supone divorciado disfrutando de la interinidad de su convivencia temporal con la niña que ha decretado la sentencia. Las aceras de la calle van recrecidas y uno de cada tres o cuatro transeúntes lleva bolsa del mismo gran almacén de que dicen que vende un artículo cada entre cinco y diez del resto del comercio de cada ciudad donde tiene establecimiento abierto. Los aldeanos soportamos mal, venidos por un día o dos, el ritmo de la ciudad, pero nos avergüenza cruzarnos con los ancianitos de la gran ciudad, que ellos, a su pasito a paso, atraviesan por entre el tumulto como si estuvieran solos en el mundo, Unos turistas se hacen fotografías sentados en la escalera, entre los leones de la puerta del Congreso, bajo un sol desalentado y exánime.
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