viernes, 28 de diciembre de 2007

Alguien me cierra el paso por delante, otro por detrás, dos coches que me cierran de momento la posibilidad de movimiento del que a mí me ha de devolver si hay suerte y Dios quiere a casa. Es bien entrada la tarde, pero no ha anochecido todavía y la ciudad, a esta hora y estos días de entre Navidad y Año Nuevo, hierve de gente que va y viene. Desde el observatorio del asiento del copiloto, contemplo el paso de la pequeña multitud que va por la acera a mi lado, sin verme en mi atisbadero de sorprendido y curioso espectador. Me quedaría horas contemplando lo diferentes que son las personas: padres e hijos, abuelos y nietos, compadres, colegas y compañeros, novios, parejas y hasta dos cancos repintados, que pasan cogidos de la mano y me pregunta el coger, pese a ser más joven, sorprendido también, si vi tal. Me río. Son humanidad, también, y por más que no se comprenda a veces, pienso que hay que aceptar a la humanidad como es porque si no sería imposible convivir y no hay otra manera de vivir, estoy convencido, de que conviviendo.

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