domingo, 23 de diciembre de 2007

Nada como un mínimo dolor para entender la felicidad de los días buenos, que una vez que se ha conocido, ya no lo son tanto porque se convive después con el temor de que retorne ese dolor, sin embargo imprescindible para que nadie se haga demasiadas ilusiones respecto de ninguna de las utopías que inventan los electoreros para que las pongan en el escaparate los candidatos en cada ocasión como éstas que vienen, se anuncian para la primavera, con duelos de OK Corral entre los preferidos de cada formación para encabezar las famosas listas en que entrar o salir provoca desordenes en cada asociación de alpinistas confundidos por el paso del tiempo y olvidados de que se elige para que sirvan, y no para que manden y menos para que desgobiernen y desordenen la buena intención hecha jirones que apenas sobrevive al tiempo de Navidad, cuando llega enero y descubres que no eras Creso, ni siquiera uno de sus cortesanos, sino el mismo de siempre, desilusionado ya de la lotería que siempre toca a los derrochadores de botellas de licor espumoso, que dispersan como se irá en seguida ese pellizco dado a la fortuna, siempre insuficiente, como un golpe de lámpara fotográfica, que deslumbra, pero no permanece. Puede que algo de razón tuviera Whitman cuando aquello del carpe diem, y que haya que sentarse, cerrar los ojos y disfrutar con esto que ahora mismo tengo, que es nada más ni menos que ser y estar. Cierro los ojos, pero me adormecen los gospel de la música de fondo, y sueño y ya estoy en ese otro mundo que el subconsciente nos mantiene encendido como las lucecitas rojas de los aparatos electrónicos, que nos tientan con la posibilidad de reencender, abrir la ventana pantalla y ver qué está pasando, visto desde la impunidad de fuera, como nos mirarán los pájaros, digo yo, porque los ángeles los supongo solidarios con nosotros, copartícipes, sobre todo los custodios de cada cual, con nuestras miserias más miserables, que a ellos tienen que dolerles más, sin duda, porque el espíritu es como la carne viva, pero todavía a un nivel más profundo. Tiene que ser muy doloroso ser ángel.

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