viernes, 21 de diciembre de 2007

Nadie va, si ha llegado a la vejez,
ligero de equipaje.
Un anciano
no se arrastra por ser menos ágil,
es el peso
de sus recuerdos,
de los sueños que no se cumplieron y lleva consigo,
petrificados,
lo que lo hace más lento,
pensativo,
errático como un río, al llegar al delta, que no sabe
cómo entregarse al definitivo amor
de la mar, que espera
convertida en caricia de espuma, consuelo
del agua atravesada
por hilachas de luz indecisa.

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