Esta noche es Nochebuena –dice la copla popular, en este casi villancico-, y mañana, Navidad. Y a continuación añade que conviene sacar la bota, que me voy a emborrachar –asegura el que canta- Es día, mejor dicho, es noche, de estarse en casa, de reunirse a cenar, de cantar en torno al belén, porque hace alrededor de dos mil años, nació este Niño.
Un Niño que vino a dictarnos la más breve, clara, concisa y ejemplar ley que se ha dado en el mundo: que nos amemos.
Todo lo demás son formas, anécdotas, tal vez sueños, el amor es lo que vale: a Dios sobre todo y al prójimo como a nosotros mismos. Y como no podemos entender ni imaginar a Dios, nuestro camino de amarlo es el amor al prójimo.
Cierto que no sabemos, yo por lo menos, confieso que no sé amar, de modo que lo que por lo menos a mí me queda es hacer el esfuerzo, cada día, cada vez que me acuerdo, cada vez que soy consciente de que estoy siendo, hacer el esfuerzo.
Que esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad.
Oigo que dicen a mi alrededor que la Nochebuena y la Navidad se las llevó el tiempo, las arrinconó el conocimiento real de las cosas, las asfixió la elegancia social del regalo, el ruido, la abundancia, en este primer mundo, las luces de colores, las fiestas en discotecas atiborradas de sudor, sueño, éxtasis, nieve, hachís, hipnotizada la clientela por el ritmo, la cadencia, liberada la voluptuosidad por las gogós, borracha en medio la libertad.
Todo se apaga, con la luz del alba, se convierte en despojo, resto, basura que empujan, con filosofía, los funcionarios municipales, todos ahora con vestiduras refractantes, que los protegen hasta cierto punto del paso de tanto coche como jadea durante las veinticuatro horas del día y de la noche, pero hasta el final, funcionan, si se quiere de modo intermitente, sólo durante los intervalos lúcidos, unas neuronas que nos reconducen al espejo y allí está la noticia de que lo único que importa y queda cuando parece que ya no queda nada, es todavía el amor, que ofrece razones para seguir viviendo, como, lo creamos o no, es ya irremediable e interminable por esa sola razón con la que el Niño insiste a pesar de todo, aunque no seamos capaces de entenderlo, ni siquiera esta noche, que es Nochebuena, ni aunque mañana, Dios mediante, volverá a ser Navidad, y un Niño habrá nacido, y mucho niños habrán nacido en este ancho, atribulado, maltratado mundo, que es el que tenemos para tanta gente, considerada uno por uno, cada uno indispensable para que todo sea como es.
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