Hay un límite, para la tolerancia. Está en el abuso de lo tolerado. Cuando lo tolerado, que ni puede ni debe haberlo sido más que en su concepto de excepción y con las limitaciones que por derecho natural debe respetar, cae en la tentación de suponerse normal y habitual, se impone la necesidad de reducirlo y delimitarlo a su condición real.
No hay libertad que pueda justificar que la contracultura se imponga a la cultura y la intente sustituir por su aberración. El hecho de que no tenga yo nada contra los chiflados y me considere obligado a respetar la ingenuidad de su indefensión, no puede suponer que se considere a un chiflado capaz de administrar y gobernar ni siquiera a su propia familia-
Se dan, en cada grupo social, desde la tribu y la aldea hasta la ciudad y sus barrios, muchas clases de chifladuras y otras respetables deficiencias morales, que, por definición, deberían estar excluidas de la posibilidad de integrar la voz y la voluntad social, en cuanto su patología les impida administrarse a sí mismos con arreglo a su peculiar doble condición de animales y racionales.
Debe tenerse especial consideración con los aberrantes, admitirlos, considerarlos como humanos, pero en su condición de frustrados, que debe impedirles el ejemplo y el contagio, tanto en los somático como en lo que al espíritu concierne.
Una sociedad será inexorablemente víctima de sus transgresiones del derecho natural, que, diga lo que diga cualquier norma de cualquier rango que intente derogarlo, prevalecerá como regla inviolable que es, inserta en los seres racionales para que puedan serlo y en efecto lo sean.
La historia de la humanidad está llena de ejemplos de personajes que trataron de inventar conceptos subjetivos de la verdad, de la libertad y de la justicia y todos se vieron reducidos más pronto o más tarde, tras de haber ocasionado en muchos casos duelos y quebrantos incontables, al enfrentamiento con la realidad de que ningún ser humanos puede salir fuera de su condición, que lo limita y reduce a ser una persona, un paso más allá de cuyos límites, están lo sobrehumano y lo infrahumano, que se oponen a la convivencia indispensable para la vida y por ello deben ser respetuosamente considerados anormales y por ello incapaces de gobernar o representar a nuestra multitud de los mediocres.
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