viernes, 21 de diciembre de 2007

Toda la capital estaba llena de lucecinas de colores, palabras, escenas escritas en el aire, enredadas en los árboles. Los árboles de la carretera han visto sustituir las hojas por guirnaldas de luces polícromas. Hay toda una multitud de automóviles inundando las carreteras, los caminos, las sendas, las viejas cañadas de la Mesta. Están vacíos, en la copa de las columnas de los tendidos eléctricos de alta tensión, cada una con su insignia de la calavera en la solapa del esqueleto, hay un nido vacío de cigüeñas. Las cigüeñas los han dejado con todos los muebles preparados para otra primavera, que está más allá de la nieve sucia apenas caída este otoño de idas y venidas súbitas del frío. De nuevo atravesé Castilla, con la impresión de vacío que producen las llanuras tendidas a ambos lados del túnel a cielo abierto que es la autopista, la autovía o comoquiera que llamen ahora a esas carreteras que nacen con la maldición de insuficiencia con que las reciben malignas hadas madrinas. Atascos. Se confunden las luces de Navidad con las de los prostíbulos y las gasolineras, que ahora han inventado una especie de cohete de luz estático, que con cadencia de metrónomo imita a los voladores.

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