Se va agotando el año y pasa hoy por el recodo de la conmemoración de los santos inocentes, los niños que la historia, o tal vez la leyenda, dice que mató Herodes, el rey cruel, para que no creciese quien le pudiera hacer sombra de acuerdo con las premonitorias noticias y los augurios que le habían traído unos magos venidos de oriente tras de una estrella sólo aparentemente fugaz, en busca del reye de todos los reyes habidos y por haber. La tradición convierte a los niños inocentes e símbolo colectivo de los ingenuos, y a su través, de los incautos, y por eso hoy es en España equivalente al primero de abril de los anglosajones, que celebran ese día el del tonto de abril y cuelgan, como nosotros, espantajos de papel de la espalda de los más inocentes, ingenuos, incautos, o les dan falsas noticias de hechos improbables, como cuando en esta villa marinera se les informaba de que había atracado en el puerto un barco de cristal, llegado de algún país imaginario y allá se iban a todo correr a admirar el prodigio o a contemplar la desde luego inexistente ballena de colosales dimensiones, supuestamente varada en la playa durante la noche.
Del otro lado del mundo, llega la noticia de que asesinaron brutalmente a una mujer metida en política y como consecuencia de tan azarosa vida como azarosa ha sido su muerte, acompañada de no sé cuántas personas más, arrastradas por la violenta explosión de ira de otro de esos mensajeros de la muerte, a que, como tales, no importa morir para lograr ese propósito de seguir matando, destruyendo vida, en que parece consistir su obsesión patológica.
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