En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 22 de diciembre de 2007
No hay –dicen- sábado sin sol ni doncella sin amor. Y hoy es un sábado sin sol, pero alegre para mucha más gente que de ordinario porque es sábado de diciembre y en diciembre hay tregua de Navidad incluso para la guerra incruenta de los estudiantes con la erudición que con más o menos empeño tratan de infundirles sus maestros. Porque hay maestros para todos, catedráticos que no se bajan del estrado y humildes, pero excelentísimos doctores que se abajan hasta sus semejantes para ayudarles a subir paso a paso el difícil camino de la sabiduría, que empieza por la ignorancia, la desgana, el aburrimiento, y, a medida que el sabio humilde accede a colaborar en la apertura de cada ventana, se hace más y más luz en el interior de cada discípulo. Es fácil tener alumnos, pero difícil mantener discípulos. Los alumnos pueden acabar por aborrecer a esos distantes y por lo general despreciativos sabios intransitivos, que los martirizaron, los discípulos jamás olvidan al maestro que los fue acompañando. Casi siempre se devuelve amor por cada acto de amor. Y el premio para cada maestro es cada discípulo que acaba por demostrar que ha llegado un paso más allá de lo que su maestro sabía. Sábado sin sol. Víspera de vísperas de fiestas entrañables, que ahora se ha puesto de moda despreciar, con la vana disculpa de que, además, son fiestas de consumo y regalo. Todo eso no puede empañar que se trate de fiestas de reunirse y cantar juntos, preparar un belén e intercambiar palabras de afecto y de buenos deseos de unos para con otros, casi todos para casi todos. Yo pienso que a las doce de la noche del día de nochebuena, cuando también cantó –dicen- un gallo, se produce un acercamiento a la luz, a la verdad, a la sabiduría, que provoca un estremecimiento universal sólo repetido las doce de la noche que hay entre cada viernes de pasión y cada sábado de gloria. Son las dos noches, cada año en que, sea verdad o no lo ocurrido o no que se conmemora año tras otro desde hace más de dos mil, es evidentemente cierto que ocurre algo trascendental para la humanidad. Y que afecta a todos, los que hemos decidido creer, los que no quieren y los que, como el viejo mister Scroogede Dickens, pasan del asunto y están en otras cosas.
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