lunes, 10 de diciembre de 2007

Entre el tercio y mediados de diciembre es ahora mismo un tiempo indeciso, próximo a santa Lucía, que será el día trece y decía la abuela que a partir de entonces “mengua la noche y crece el día, al paso de una gallina”. Nos acercamos, pues, a la noche más larga del año, que según el refrán lo sería la del día doce al trece de este mes, justo en las antípodas de la noche de san Juan, nuestro señor san Juan, de los asturianos, cuando hay que coger el trébol y procurar hacerse con la flor del agua. Ahora, ya digo, es éste un tiempo de otoño, que un día sí y otro no, se suceden el frío y el calor, que no hay manera de saber a qué atenerse y tan pronto tirita uno como se sofoca bajo la otrora confortable lana de los jerséis de punto gordo. Dicen del cambio climático y de que tenemos la culpa, pero a mí me convence más un señor, creo que sabio, que opina que esto de calentarse y de enfriarse la tierra es cosa de ciclos muy largos en el tiempo, que van provocando mutaciones en las especies, para irlas ajustando y supongo que aprovechando para mejorar, camino del final de la habitabilidad del planeta, que si algo no adelanta la catástrofe, con tanta barbaridad como inventan, habrá de ser cuando el sol se agote y convierta en gigante o en enana, o, en definitiva, en agujero negro por donde se colará una parte infinitesimal del universo, justo la que nos concierne. Me ofrecen, en el mercado, miel de brezo con avellanas y pan de maíz con nueces, pero yo compro un caleidoscopio artesano, que engorda menos y divierte casi igual, salvo caso de hambre urgente.

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