Aquel que fui, no existe
ya,
se lo llevaron
los maceros del tiempo, a hombros,
entre hachones encendidos,
que la gente decía:
ye la güestia
vaqueira,
la Santa Compaña, la definitiva,
pero no,
no era más que un adelanto,
otro pedazo de vida
que dábamos en prenda,
jurándonos amor
en el altar portátil del tiempo.
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