martes, 17 de abril de 2007

Los viejos, sesudos señores más encopetados, los que escriben sobre las razones y las sinrazones de que todo ocurra como ocurre, nos mantengan en peligro, según unos, de extinción, según otros, de perdición y todo ello esté justificado por motivos a que se contraponen otros que justificarían más que sobradamente sus contrarios, y escriben sobre las miserias y las glorias humanas, las exhibiciones de los políticos chufandistas y las humillaciones de los miserables, cuando les salen y escriben versos, los esconden en la gaveta oculta del viejo escritorio del abuelo intrigante o en el cajón secreto del costurero de la abuela posromántica donde yace una carta nunca llegada a su destino por fortuna, ya que se ve, con aquellos trazos de mayúsculas como cimitarras, que la escribió un adultero sin conciencia para alguna damita núbil que salvó su honor por pura casualidad, y así el de la familia, cualquiera que fuese, porque para un escritor sesudo, mostrar sus eventuales poemas es como dejar a la vista ¿una debilidad? ¿su faceta cursi? ¿lo risible de aquello más íntimo desde donde el verso se asoma y duda si le será posible aprender a volar algún día? Un contertulio sedicente sabio me dice que es que no se atreven a salir a la calle sin disfraz.

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