jueves, 19 de abril de 2007

Tengo un amigo que no sabe leer ni escribir, cosa que es lógica, si se tiene en cuenta que no ha cumplido el año todavía. Y, sin embargo, lo solicito, sin duda, como amigo mío, porque ha dado ya muestras de formar parte del grupo más selecto de seres humanos, que se empeña en ser libre, aventurero, como la esencia de la humana naturaleza requiere, y, tal vez por ello, rebelde, revolucionario, reivindicativo, exigente.

Apenas llegado a este mundo traidor, abiertos apenas los ojos a la dudosa luz del alba, difuminada de desencantos, percatado de la posibilidad de que le tasaran, como pretendían, el único contacto con su madre del alma y de la carne, de que le arrebatasen su derecho humano primero y más sagrado de amamantarse directa y personalmente de su raíz misma, su tronco gentilicio, la historia de su linaje escrita en el código genético que se pretendía copiar las más recientes anotaciones, se acaba de declarar en huelga de hambre.

Prefiere no comer a que le den gato por liebre, a que lo separen del sagrado tinelo en que se emborrachaba hasta hace poco, con sereno regocijo, de tibio afán de un anticipo glorioso de lo que será en su vida, que deseo larga y tan magnífica como el carácter le augura, la desmedida posibilidad de enamorarse con vocaciones de eternidad.

Presiento, al saber de su existencia, un mirar profundo, una seriedad inédita, un sentido del humor ilimitado, una posibilidad de ser héroe deslumbrante, en este ejemplar humano que desde la mudez de su provisional incapacidad de expresión oral o escrita, ha salido a la calle de su cotidiano quehacer enarbolando la pancarta de su personalidad: ¡soy humano y reclamo serlo con todas las consecuencias!

Me dicen que lo están obligando, coaccionando, domesticando, rehumanizando a esta subhumanidad a que pretende reconducirnos siempre la taimada sociedad en que vivimos, erizada de prohibiciones, decretos y vida descafeinada. Lloro con él la que de seguro ha de ser su primera derrota, pero me afilio en seguida al aspecto inquebrantable de su integridad, a ese afán de vivir su vida que evidencia, a la esperanza en la humanidad que me ayuda a mantener viva, con la evidencia de su señorío de este mundo en que entra por la puerta grande.

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