En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 29 de abril de 2007
El domingo dejó de ser día rey de la semana cuando el primer matrimonio con sus hijos pequeños dejó de salir por la tarde, todos vestidos de domingo, a ver escaparates, merendar e ir al cine, por este orden melancólico de pequeña ciudad burguesa y provinciana. El domingo, a partir de ese día, que por cierto nadie o casi nadie se dio cuenta, más que el propietario del viejo salón de té, de antes de todas las cafeterías de la ciudad pequeña, burguesa y provinciana, que una familia que bajase en las previsiones de consumo era algo definitivamente trágico para su economía. El día rey, entonces, provisionalmente se instaló en el sábado, pero en seguida fue el viernes. El viernes, la crema de la crema de la pequeña ciudad burguesa y provinciana se reservaba una mesa en el restaurante más conocido y afortunado de la pequeña ciudad e iba a cenar de consuno, por obligación y para mantener el tono. Y por eso el viernes, durante cierto tiempo, pasó a ser el día rey de la semana, la cúspide más alta de la serranía del fin de semana de la pequeña ciudad etcétera, algunas de las damas más jóvenes de cuyas familias más presuntamente adineradas aprovechan el viernes por la noche, que no se entere nadie, para entrarle al vino primero con asombrado deleite, con afición después, por fin con indolente dejación que muy poco a poco ha ido prendiendo, como las chispas, nunca más acertada metáfora, en su comportamiento, y a alguna la han vista ya, camino del mercado o de casa, tomándose una copa ella sola, en una cafetería discreta. Ahora todo eso ha pasado. Estamos en la era de la televisión, la butaca y el sueño perezoso. Ya no hay ni tertulias en los cafés y el casino está vacío, tarde tras tarde, como una bocaza abierta y aburrida de la época que se fue cuando cerraron el café más antiguo, en de los divanes de peluche y los espejos con marco de caoba, tal vez castaño ennegrecido de humo de tanto fumeque como ahora ya no hay, que sólo fuman los más revolucionarios y algún vagabundo, los aficionados al fútbol y los de los toros que nos quieren quitar porque esa fiesta no casa con la preocupación europea por salvar los elefantes, las focas y los rinocerontes. Y si nos quitaron ya las cabras que traían los músicos vagabundos, los burros, que, de cuatro patas, casi no quedan, y nos quitaron los toros de los anuncios de las carreteras y los bueyes, ahora tractores, los caballos del desaparecido escuadrón de caballería, y nos quitan además los toros de la fiesta de toros de las ferias de san Isidro, y de Sevilla y de todos los pueblos de la vieja España, ¿qué nos va a quedar?
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1 comentario:
No creo que quiten los toros de lidia porque se acabarían, como las lavanderas.
Un abrazo.
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