lunes, 2 de abril de 2007

Un domingo no es día como los demás. No me preguntéis cómo ni por qué lo sé. Los perros, por ejemplo, saben que hay días diferentes a lo largo de cada semana. Días en que los humanos, por la razón que sea y con una habitualidad interesante para los perros, se comportan de modo diferente. Un comportamiento que por alguna razón interesa a los perros, les afecta. Tienen que entrar, salir o aguantarse las ganas de hacer algo con motivo de la más o menos sutil diferencia de comportamiento de los seres humanos, de los jefes de la cuadrilla de que se saben miembros. Mi perro, el sábado por la tarde, sabe que sale a dar su paseo vespertino cosa de hora u hora y media antes de lo que es habitual y hora o media hora antes que los demás días, se coloca al lado de la puerta y aguarda, y si tardo, inicia una especie de lamento, y si tardo más, busca la correa y me la trae en la boca y la deja a mi lado, lo más cerca que puede, me mira y mueve el rabo: ¿vienes o qué? Tal vez es instintivo que yo sepa que es domingo y por ello razonable que me comporte de modo diferente, con una dosis incorporada a cada acto del día de algo que si no es pereza pura, se le parece.

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