miércoles, 25 de abril de 2007

Miles de millones de seres grandes y pequeños viven su vida entera, completa, algunos larga, es de suponer que la de muchos feliz, desgraciadas otras, a nuestro alrededor, cada hora de cada día. Cada minuto, cada hora, miríadas de seres microscópicos que conviven con nosotros, nos atacan, curan, acompañan, defienden y asedian cada día. Y supongo que el contraste de nuestros tamaños es tal que son incapaces de hacerse una idea de que estemos con ellos, siquiera sea momentáneamente, coincidiendo en el tiempo y en el espacio. Viven y mueren en su valle sin haber sido conscientes de que lo hicieron en la flexura de la rodilla de madame Chauchat, por ejemplo. Y me pregunto de qué desmesurado universo podríamos estar formando parte microbiológica mientras nos afanamos en hacernos cuanto antes ricos y sabios, para, en cuanto alguno lo logre, inmediatamente sentir el irrefrenable anhelo de ser el más rico y el más sabio, entre los ricos y los sabios de la aldea global. Por lo menos, estamos relativamente contados y nos dicen que somos alrededor de seis mil quinientos millones de individuos de variado sexo, corriendo la maratón de la existencia al mismo tiempo, a lo largo de una misma caravana tan larga que mientras hace sol y es verano donde los pioneros, en la retaguardia ha llegado el invierno y se atascan las galeras entre la nieve y el barro. Y todo ello ocurre sobre el cuello de cisne de una bellísima doncella núbil o detrás de la oreja de un saltador de pértiga del desconocido mundo de gigantes a que no llegó Gulliver, por falta material de tiempo.

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