viernes, 20 de abril de 2007

Niebla sin gracia. No la tiene cuando, como ésta de hoy, tiene el mismo aspecto, el color de la nieve sucia del camino embarrado y pisoteado tras de una nevada. Respiras esta cansada nube que se arrastra a flor de tierra y ya estás carraspeando para intentar aclararte la voz. El paisaje se ha disuelto más allá de donde alcanza la vista interrumpida por este telón de malabarista venido a menos que hace funciones de atardecida en los cafés que quedan de peluche, en los pueblos más remotos, para ir tirando, con la secreta esperanza de renovar un día las ajadas palomas de los trucos y el propio sombrero de fieltro que fue gris y es el clavo ardiendo de la dignidad del personaje. La tristeza que la niebla a lo largo del día va pariendo con visible esfuerzo, queda enganchada en las esquinas y apaga el sonido de las campanadas del reloj de la torre. Hoy redoblan destempladas, multiplicadas, para colmo, por un eco elástico, sin aristas

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