Debería haber vuelto, posado
mi mano trémula en tu hombro, el hombro femenino
aquel día –era tarde,
hora de ocasos sólo imaginables-
mientras tu y yo descubríamos la niebla
en que podría haberse perdido, si la novela terminara
Arturo
Gordon
Pym,
No habíamos cumplido todavía los años
Indispensables para pensar con calma-,
era como un noray
en la esquina más lejana, en el rincón de las nostalgias
todavía sin motivo ni razón porque no tú ni yo teníamos pasado alguno,
en que podría haber amarrado con dos o tres nudos marineros
dos o tres palabras
deshilachadas de esperanza.
Tu hombro,
infantil,
que ahora que lo miro en la memoria,
semicegato de cansancios,
años y desengaños,
diría que está temblando,
que aguarda,
que es una lágrima a punto de brotar, cuando los ojos brillan
incapaces
de tratar
de contenerla.
Podría haber ocurrido,
pero ¿cómo?, si alguien, en alguna parte,
sin saberlo nosotros, ya sabía,
quizá hasta había decidido
por cualquier razón incomprensible, por tu culpa o la mía,
que aquella
no fuese
nuestra vida real.
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