En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 2 de abril de 2007
No hay sábado sin sol, dice la canción. Ni sábado sin sol ni doncella sin amor. Bueno pues si lo uno es tanta verdad como lo otro, aseguro que puede haber doncella sin amor, porque hoy es sábado y hay que ver la que está cayendo con esa tenacidad de la lluvia menuda, agobiante. Es día de refugiarse en la novela más ademada a cada modo de afrontar el día. Que es en cada ocasión, vete a ver por qué, distinto. Días de lluvia o de tormenta hay en que la necesidad literaria se encamina sin vacilar a una novela humorística, otros que va sin dudar hacia otra policíaca, y aún dentro de lo policíaco, distingue entre los protagonistas, o si se prefiere los autores o los protagonistas clásicos, y los modernos, mucho menos sofisticados, humanizados, que han perdido aquellas facultades increíbles de lord Peter Wimsey o Philo Vance, Neyland Smith o Charlie Chan, y en cambio, como Spade o Maigret, Wallander o Beck, e incluso Belletti y Montalbano, se han pasado a las filas más humanamente escépticas del vivir moderno, prácticamente desprovisto de la magia, ahora convertida en ternura o en misericordia, por incapacidad de amar que estamos empezando a desarrollar los hombres, con esta pérdida de la facultad de quemarse en un amor que antes teníamos e inspiró obras de cualquier clase de arte, todas inmortales. Pensadlo. Yo hoy opto por un volumen nuevo, de ciencia ficción, que habla de monstruos que suben a curiosear desde lo más hondo de los mares. Son ciegos, pero ya en el primer capítulo el autor dice que están aprendiendo a salir del agua y que tal vez logren volar. Ya no llueve. La fantasía es tal que he desatado mi velero y estoy desatracando del cobijo de puerto, poniendo proa a otro mundo, dentro de éste. A poco tiempo que pase, dejaré incluso de oír la inexorable voz del locutor del televisor de la habitación de al lado.
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