La casa está llena de niños que corren,
un tropel de niños y un perro
y alrededor
como un copo de niebla, un mosquitero, una voluta
de humo
transparente, brillante, como aire nuevo,
envolviendo su bola de nieve,
el alboroto de su gritos, los ladridos,
de vez en cuando,
ese ominoso silencio
en medio del cual, alguno,
uno de los niños o el perro
está oculto, alterando el orden general,
la disposición adulta de las cosas:
pintando la pared de alegres colores,
cortando hilachas de una cortina nueva,
experimentando cómo puede romperse un vaso
para que los cristales se esparzan como la nieva,
como gotas de espuma.
La casa está tan pletórica de niños
que vivir se ha convertido en una pieza de música,
un estallido de rock,
jazz de Nueva Orleáns,
algo así como un rayo de sol lleno de hermosas partículas de polvo,
que brillan,
cosa de magia
o de milagro.
Tal vez sea domingo por eso.
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