jueves, 5 de abril de 2007

Estos días de vacación anticipada, puente largo, fin de semana agobiante en las carreteras atestadas de automóviles, insuficientes para esta multitud de coches de todos los colores, marcas y características, que se agolpan en los cuellos de botella de las carreteras en construcción, en reparación, en modificación. Cada vez que inventan un nuevo artefacto, nos hacemos un poco más esclavos de desearlo, adquirirlo, pagarlo, usarlo, desesperarnos porque nosotros somos más viejos y los artilugios cada vez más sofisticados, capaces de hacer más cosas en manos de sus verdaderos destinatarios, nuestros nietos, que en un momento se hacen con los mandos y usan todas las teclas para desarrollar la íntegra capacidad del cada vez más minúsculo ejemplar de herramienta más versátil. En el fondo, estos de la salida a la carretera es como un regreso al lindero de la selva, a ver quién corre más, tiene el carricoche más veloz, más seguro, más inalcanzable. En los arcenes y las orillas, cada vez más desbaratados restos de accidentes más o menos graves, cientos de muertos, miles de heridos, decenas de millar de pequeñas y grandes averías, roces, abolladuras, desmantelamientos. Nos vigilan mil ojos policiales y cientos de miles de objetivos de cámaras, pero nos puede el afán de adelantar, torcer, parar, llegar antes, ser los privilegiados de la carretera, de la vacación, de lo que sea y suponga preferencia respecto del resto de los humanos, aunque los humanos o alguno de ellos resulte pisoteado, aplastado, herido, y, si muerto, habrá sido, en general, un descuido, porque la muerte propia o ajena es lo que más nos asusta y perturba, en este mundo de locos donde cada cual lo que quiere es sentirse protagonista, pero no caben tantos en una sola narración que no puede detenerse. -

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