-Dime, ¿qué haces cuando no haces nada?
La pregunta tiene su gracia, en boca de un niño. Supongo que se refiere a lo que hacemos los mayores cuando nos quedamos mirando que parece que ni miramos ni siquiera vemos. Como si nos hubiéramos ido, parece y no quedase aquí, donde nos están contemplando asombrados y se hace la pregunta, más que nuestra apariencia más torpe, el corpachón vacío, ¿inerte?. No hay nada ni nadie, sin embargo, que o no esté o esté sin hacer algo, que puede ser nada más que, absorto, pensar. Hay espacios, que casi todos conocemos, en que vivimos diría que en duermevela, con un pie en la consciencia y otro en el subconsciente. Otros ya entrados en el mundo de los sueños, que ni podemos detener ni conducir, y el digamos más sorprendente de todos, que consiste en que gobernemos la máquina de pensar y la llevemos desde la esquina del horizonte que es puro recuerdo hasta la que todavía es futuro y sólo cabe imaginar.
Se me ocurre que debe haber personas que piensan mucho menos que otras. Gente práctica, que hace, en el más estrito sentido, es decir, se mueve y al hacerlo remueve otras cosas que caen, se levantan, se convierten en actos, conversaciones o discursos.
Deberíamos reconsiderar la posibilidad de clasificarnos de acuerdo con nuestras posibilidades, nuestra capacidad y nuestras preferencias. ¿Podrá hacerse? Seguro que hay en la declaración de los derechos humanos algo que se opone como consecuencia de la igualdad esencial, y sin embargo, si hemos de ser sinceros, muchos de nosotros sabemos que hay cosas para que servimos o para que servimos mejor que para otras, y algunas que nos resultan inasequibles.
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