sábado, 7 de abril de 2007

Sábado sin prensa, con los coches varados, jadeantes, a la espera de que suene la hora de tratar de volver a casa. Y esa estadística sin sentimientos, fría, lógica, que dice que algunos, cerca de cien, tal vez, que ahora mismo han estado de vacaciones, disparando las lucecitas insuficientes de las lámparas de sus compactas, no van a lograrlo, serán como el tributo de las doncellas, pago del trágico peaje del camino del ocio controlado que son siempre las vacaciones grandes y pequeñas. Asusta esa denominación de operación salida y entrada que, como en una guerra, asigna el ejército de la guardia de carreteras a casa masificación circulatoria de tres o cuatro veces al año, y las estrategias poco menos que también guerreras que se establecen, con líneas atrincheradas de bultos atravesados para disuadir de correr, ojos ocultos, radares, un ejército persiguiendo a los infractores y la huída de los buenos y los malos, entremezclados, frenéticos, pensando que será a otro, probablemente, a quien le ocurra, pero un día, de pronto, sin previo aviso, con culpa o sin ella, le toca precisamente a esa familia desparramada por la carretera, muertos, heridos y desesperados, con la alegría de esta misma mañana convertida en un grito inarticulado que no escucha casi nadie y aún resonando pasa a no ser más que incremento numeral de la frígida estadística.

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