Me divierten los engolados personajes imposibles de algunas novelas humorísticas inglesas. Comprendo la escasa valoración literaria que hay quien les concede. A mí, comoquiera que sea, me divierten. Me río sólo, cosa que desde soltera asimismo divierte a mi mujer, que tampoco lo comprende porque normalmente soy exigente para dar por bueno y aceptar para la biblioteca de mis preferidos un libro. Estos me tienen cogido el tranquillo y me esperan
–siempre a mi vez tengo alguno en reserva pasa esas situaciones- durante mis convalecencias espirituales o corporales, que al fin y al cabo las unas y las otras vienen a desembocar en lo mismo y que siguen a una gripe insistente o a la lectura de otro de esos profundos libros que me desasosiegan, ahora mismo, éste de Jodorowsky, tan deslumbrante. Por eso estoy pasando un fin de semana en una de las divertidas mansiones inglesas en que siempre hay un mayordomo sabio e impertérrito, un decidido galán que protege a la desvalida, pero encantadora, heredera y varios malvados lejanos parientes que se enzarzan en tratar de quedarse los unos con los bienes o los intereses de los otros. Suelen intervenir fantasmas, vagabundos desconocidos y oscuros personajes que se deslizan por las abandonadas habitaciones del ala este, hace no sé cuando abandonada, u oeste, prohibida por el irascible abuelo que impone su despiadada autoridad y un sentido del humor aberrante sobre la familia, a base de incluir o no al resto de los presentes y algún ausente que podría aparecer de súbito, en su complicado testamento. El diálogo es trepidante, improbable y está salpicado de ingeniosas amenazas, advertencias y sentenciosas descalificaciones. Por lo general, un arrapiezo solitario y salvaje, provisto de inconfesables mascotas –serpientes, por ejemplo, de agua, arañas, perros sin raza o de todas, comadrejas o urracas ladronas-, nos alegran el corazón dejando seres vivos por las camas del vecindario o clavando saetas en el trasero a las tías abuelas que tienen vago parecido con ballenas varados o irascibles rinocerontes. Yo no les animo. A mí me hace reír, en medio de la tarde gris en que como Aníbal, la primavera se ha detenido en Capua y olvidado sus deberes.
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