sábado, 28 de abril de 2007

Ésta
es una plaza de Castilla, la plaza mayor
de una Villa
donde nacieron, vivieron y murieron los personajes
de mi libro de Historia, del bachillerato.
Hay iglesias,
muchas,
desmesuradas iglesias, cada una con su torre
coronada por cuatro nidos de cigüeñas,
cada una con su espadaña,
de que cuelga otro nido, sin cigüeñas,
ahora que es invierno, atardecida de invierno
y salen de sus escondrijos de la torre,
volando en grupo, las cornejas.
En esta plaza mayor,
solitaria,
los mástiles de las banderas como dedos sarmentosos,
el quiosco erizado de periódicos amarillentos,
una señora, ya vacía,
de pensamientos,
sentada muy tiesa en uno de los bancos
de esta plaza, repito, mayor,
con esa sonrisa bobalicona
de los ancianos prematuros
y de los muertos recientes.
Pasa una bandada de niños, por la plaza
mayor,
paralela
a la bandada de los estorninos,
que la sobrevuela,
con sus mochilas llenas de nombre de personajes
que nacieron,
vivieron,
murieron,
en esas casas desvencijadas, desmoronadas, apoyadas
en las piernas flacas,
desmedradas
irremediablemente torcidas,
de los soportales de esta plaza mayor.
No estoy muy seguro
de que todo esto que contemplo,
sobrecogido,
exista aún de verdad, sea algo más
que un vago
recuerdo
que me sugieren la imaginación de un lado,
del otro,
la vaga memoria de aquel libro
de Historia

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