jueves, 15 de marzo de 2007

Al fin y al cabo, una mentira es lo mismo que la verdad, solo que distorsionada, desfigurada, creo que más amable. La mentira, por lo general, no se dice, salvo que pretendamos engañar a Otelo, por ejemplo, para perjuicio de nadie, sino para halagar al destinatario. Le contamos la mentira y se va tan campante. Hasta alegre. Multitud de mentiras, salvan situaciones que se habrían convertido en tragedias. Y sin embargo la mentira tiene mala prensa. Se sospecha que no se dice para halagar, o que no es siempre así, y que hay muchas mentiras que se dicen en beneficio propio, para mover a los demás a que hagan algo que nos conviene. Un lío. Como todo lo humano, como todo lo que es vivir, que es convivir, saber administrar las mentiras o es un lío o es un arte. De lo que sin embargo no me cabe duda es de que no todas las mentiras son malas. Las hay, como todo, buenas y malas, oportunas y desafortunadas. Incluso hay algunas que parece obligado decir y sostener. A veces, las mentiras, agrupadas, organizadas, insostenibles, se arremolinan multiplicadas por alguno de esos mentirosos patológicos que son capaces hasta de inventarse una vida distinta de la suya, que, de tanto contarla, hasta les parece que es la verdaderamente vivida por ellos. Se cuentan a sí mismos y participan a los demás una película con gran lujo de detalles. Cuando sabes la verdad, da un poco de pena y otro poco de risa.

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