Golondrinas,
mejor dicho: una golondrina despistada,
sin escamujo,
persiguiendo por primera vez este año
el colosal insecto del verano, que se anuncia
por medio de nubes orondas, negruzcas aún.
Una golodrina
que me trae en el pico con que llamará en los cristales
de las ventanas becquerianas
un año más, dejándome tan previsiblemente pocos
que no sé si reír o llorar.
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