Se está yendo, perezoso, el invierno, agotando las últimas fuerzas en cargar sobre las ramas prematuramente florecidas de los árboles puñados de nieve que juega después a arrancar con jadeos súbitos del ventarrón. Se afanan los hombrecitos amarillos de las obras frenéticas del año electoral, parecen marineros de un velero antiguo corriendo entre las jarcias, enganchándose en los obenques, apresurados porque debe inaugurarse todo antes de la fecha electoral y todavía han de salir los bustos parlantes de los candidatos a renovar a enseñarle a la gente atónita sus álbumes de cromos, llenos de puentes, carreteras, jardines y barriadas: ¿veis lo que somos capaces de hacer?, pues si volvieseis a votarnos, como es lógico que hagáis, haremos más y mejor.
La abuelita, cuando se iba el chapuzas de su casa, pe preguntaba si su arreglo había sido de los de verdad o de los de tente mientras cobro. Un día, uno de los chapuceros, le contestó con sorna que no pretendería ella que lo hecho fuese para siempre, de qué, si no, iban a vivir él y otros como él. Todo tiene que durar cierto tiempo, pero después ha de descomponerse para que usted, la abuelita, viva bien, pero nosotros también.
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