sábado, 24 de marzo de 2007

No sé por qué, esta lluviosa mañana de sábado recién estrenado de primavera, me acuerdo de un día lluvioso del Madrid de los años cuarenta, recién terminado aquel horror, con la gente entre asustada y cansada, pero ya con el estraperlo inventado, que en vez de haber camellos vendiéndote droga en las esquinas de la noche, había estraperlistas de tercera o cuarta categoría, que te vendían barras de pan a la puerta de los mercados. Este que recuerdo estaba en Cuatro Caminos y la vendedora llevaba todavía aquellas faldamentas negras por el tobillo de la preguerra, de debajo de la cual, como por arte de magia, sacó una barra de pan que me vendió por un duro de los de entonces, para aliviar el hambre de estudiante con un par de bocadillos de mortadela. Otro tiempo, cuya tristeza nos aliviaba en cierto modo don José Janés, el editor, con aquellos tomos en rústica de la colección de Al Monigote de Papel, mediante que, con el auxilio de La Codorniz, aliviamos e incluso reinventamos con otro aire el sentido del humor indispensable para sobrevivir de la mano de la esperanza. Otro tiempo, gris, pero esperanzador. El de ahora, sin duda mejor, como son siempre los tiempos más modernos respecto de los más antiguos, es en cambio gris con desesperanza. Están matando la esperanza, como quien mata el tiempo, a fuerza de escepticismos y renunciaciones. Cada vez somos menos los que todavía alzamos el punto de mira para disparar el arco de la imaginación. Y sin embargo, mantengo la ilusión de que pocos siempre han sido bastantes para que la humanidad siga, aunque no sea más que pasito a paso. -

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