He visto por la calle muchos niños,
que iban, todos cogidos de la mano, en dos hileras,
encabezadas y seguidas por dos jóvenes,
tristes por incompatibles que parezcan siempre tristeza y juventud.
Iban hablando, mirándolo todo con una evidente curiosidad, riéndose
de la gente normal, como tú y como yo,
que, sentados junto al ventanal de la cafetería
habíamos sido incapaces hasta este momento
de sentir el latido de la vida.
Pasaron,
todavía a medias de domesticar, de convertirse
en lo que tú y yo somos,
esta disciplinada gente rutinaria
de comportamiento habitualmente previsible.
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