viernes, 9 de marzo de 2007

Un toro bravo. Nunca había estado tan cerca, del lado de fuera de la empalizada, claro, de un toro bravo. Cosa que no tendría nada de particular si el toro no se estuviera quieto, mirándome. Yo le digo que no me mire, que no sea imbécil, que no es mi figura la que tiene que memorizar, ya que, si continúo en mi sano juicio, con mis años y mi tripa, que dice mi nieta mediana que me asemeja a un ballenato mediano, ya no voy a ser torero, ni tendrán los sufridos mozos del lugar que sacarme en hombros, más de cien kilos, por la puerta grande. Lo que pasa es que al estarse el toro tan quieto como los de Guisando, parece de piedra, parece un monumento de sí mismo, parece un impresionante elemento del paisaje, y una mariposa se le ha posado en el lomo sin el más mínimo temor. Fijaos, una mariposa, que apenas es un suspiro, más efímera que una camelia y se atreve a posarse sobre el lomo quieto del toro, que ni la mira. De pronto, todo el paisaje es nada más que mariposa y toro. El toro es de un marrón negruzco, que no sé cómo será pero seguro que tiene un nombre en el planeta de los toros. La mariposa es amarilla, verde y azul por lo menos. Tiene las alas casi del todo plegadas. Todo lo empaña el sol del mediodía, que con esto del cambio climático, o porque hoy hace calor, parece que va a calcinarlo todo y nos deslumbra. -

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