miércoles, 7 de marzo de 2007

Tengo una pila de libros, todos llamándome acuciantes, todos indispensables de séller, urgentes. Corro el riesgo de los pelícanos, que, según documentales que vi recientemente, cuando rompen los huevos de tortuga y las crías han de atravesar la playa en su torpe renqueo hacia la mar abierta y protectora, son tantas que los pelícanos no saben cuál escoger y hay hasta ocasiones en que no se deciden por ninguna y se quedan sin comer ese día. Lo decía la abuela: el exceso es perjudicial. Y es verdad. El exceso desconcierta. Es el estado de necesidad mayor o menor el que obliga a aguzar el ingenio, despierta la imaginación y le urge invenciones capaces de solventar la dificultad. Pongo con deleite todos estos tesoros: mis libros. Establezco he de reconocer que con dificultad un orden de prioridades. Me llaman por teléfono, he de solucionar no sé qué. Se ha desbaratado el plan. Esta tarde, esta noche o mañana tal vez no me sirva este orden.

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