En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 29 de marzo de 2007
Martes, viaje en busca de la nieve que ya no está. Pantanos llenos, junto a la carretera. Bueno, éste, lleno, los demás, por allá lejos, ríos arriba y abajo, ¿quién sabe? Se ha derretido la nieve, desde la semana pasada, y la autovía ha endurecido el gris de su piel, o lo parece a la vista. Sesiones de trabajo, cansancio, la vaga impresión de que la gente no quiere oír hablar de dificultades. Es una época de incertidumbres. Tal vez las grandes épocas de la Historia, las más dolorosas o las más fructíferas, empezaron así: renqueando. Ahora mismo no hay casi nadie de ninguna rama de la curiosidad humana que esté asediando algún conocimiento. La gente aprende como al azar, descubre lo inesperado y todos nos asombramos hurgando en las esquinas del universo, todas tan parecidas y tan distintas, a base de disponer las piezas en uno u otro sentido, con sorprendente economía de medios para haber creado, estar creando, el buen Dios, pacientemente, de una sola vez, diseminada por la imaginación del tiempo, todo lo ya descubierto y lo que nos queda aún, a la gente del futuro, por hallar en su tantas veces errático camino.
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