jueves, 1 de marzo de 2007

Hay autores de éxito que de modo inexplicable se dejan de leer, por grande que haya sido su maestría en escribir. El tiempo es así de destructivo. Lo erosiona todo, más todavía que la arena que mueve el viento mezclada con las palabras y el vacío que dejan las calladas que debieron haberse dicho. Habría que escribir otra historia para cada posibilidad derivada de los varios caminos que parten de cada encrucijada histórica. Advertida, en muchas ocasiones, al despejarse el terreno de los muertos y heridos resultantes de una crudelísima batalla, que, de haberse decidido al contrario de cómo acabó, habría cambiado -¿pero cómo?- el curso de la historia. Un día, a alguien se le ocurrirá escribir la historia de otro mundo en que todas y cada una de las batallas libradas en el mundo se habrían decidido al contrario de cómo ocurrió.

Descubro un libro en que se relacionan los mil que según criterio del autor nadie debería morirse sin haber leído. Es, para quien ha doblado ya el cabo de las tormentas de lo que Dante llamó la mitad del camino de la vida, una especie de tortura, si descubre que, habiendo leído o no mil libros, puede no haberlo hecho, sin embargo, de los mil que el autor del libro relaciona. ¿Qué he estado haciendo yo?, ¿de qué manera he estado perdiendo el tiempo?, ¿cómo hacer para, en el tiempo que me queda, leer estos mil nuevos libros desconocidos, pero indispensables? Y tras de un momento de reflexión, concluirá en que el autor del índice a que me refiero y él, se habrá abierto un cierto abismo cultural –una grieta, cuando menos-, que puede hacerles ver los conceptos y las cosas desde diferentes puntos de vista, como cuando un hambriento y otro harto coinciden ante un escaparate lleno de comestibles apetitosos.

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