miércoles, 14 de marzo de 2007

Te envío, esta mañana de marzo, recién salido el sol sobre la helada mañanera que se ha dormido con su velo blanco de encaje sobre el verdoyo de los campos que sienten escalofríos ya, de primavera anunciada como la muerte que refiere García Márquez, te envío, digo, un recuerdo. Lo necesito por este desasosiego súbito que no podría vencer, pero se que puedo disfrazar con tu recuerdo. Busco una escena, la decoro, la completo. En vez de lo que dijimos, pinto la mentira de lo que podríamos haber dicho. Los gestos, las risas, incluso las palabras pueden ser las mismas, pero quitando y poniendo comas, alterando su orden para que resulte un día, una tarde, un momento especialmente radiante. He cerrado los ojos, pero, en pleno recuerdo, me avisas de que debo abrir los ojos y ver que hemos cambiado. Es posible, pero me niego. Con los ojos cerrados no hay tiempo ni espacio, sobre todo si te niegas a escuchar otra cosa que el murmullo fluvial de la memoria y dejas las manos sobre la madera inerte de la mesa. La música, como entonces, como siempre, se va disolviendo en el aire. ¿Lo ves? Ya puede empezar el día.

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