jueves, 15 de marzo de 2007

Los ángeles, nuestros ángeles particulares,
adscritos a nuestra miseria,
se reúnen por las noches, se abrigan con sus enormes alas
bajo los arcos de la calle, en el zaguán,
y se cuentan las vicisitudes del día:
-el mío hizo esto y aquello, parece mentira;
-pues mira, el mío, hoy, estuvo tranquilo;
-el mío no sé, ha estado como distraído,
tal vez, temo, enamorado.
-¿Por qué temes?
-Porque el amor es siempre como el viento
y yo temo siempre
que aún no tenga raíz para soportar un viento del Norte.
Me pregunto si los ángeles
se han encargado voluntariamente de cada uno de nosotros,
si nos eligieron al nacer
o si es el padre Dios, el que todos los días
asocia un ángel bueno con cada alma que insufla y le dice:
éste es el tuyo,
y un pájaro cualquiera
de los muchos que son aprendices de ángeles,
se quita las plumas, se pone unas alas mayores
y se ha posado en mi hombre de niño
recién nacido.

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