sábado, 28 de julio de 2007

Aprovechar este resol de la mañana, este niño que es el día, aún dormido, sin sonrisas, que no se sabe si será, cuando mayor, criminal o santero, tal vez premio Nobel o mediocre individuo rutinario de los que pasan por la calle peatonal sorteando a los negroscuros de dientes blanquísimos que venden versiones sudamericanas de películas recién estrenadas, relojes apócrifos de las mejores marcas o bolsos falsos con nombres famosos sobreimpresos en la humildad de su origen.

Aprovechar el día cuando es tan niño que su respiración, la brisa, todavía no mueve las ramas pensativas del árbol que se estira para tocar el río con las puntas de las últimas hojas sedientas -¡qué martirio el de la hoja, que no puede beber ni a pleno sol!-, bajar a oler la humedad del río, tocar la piel del agua, que resbala, bajo el temblor de los dedos indecisos, que por fin se hunden, hurgan en el vientre del agua.

Voy en busca del periódico y dice que la gente sigue empecinada en matar, en crear meandros, afluentes del río de sangre que pasa por medio de la humanidad como un río de lava, quemándolo, acabándolo todo. Somos nuestro propio volcán. El mayor peligro de cada humano es su mayor esperanza, el objeto tantas veces rechazado de su caridad: otro humano.

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