lunes, 30 de julio de 2007

Hay, entre las noticias de hoy, una fotografía de una playa china. Impresionante aglomeración de personas, pero lo que me interesa y más me llama la atención es lo abigarrado del color. Han pasado para China, al parecer, los tiempos en que todos los chinos se vestían con el mismo uniforme para parecer más iguales, agitaban pañuelos del mismo color. Trataban de asimilarse hasta parecer clones de sí mismos, de un solo chino. Lo hicieron bastante después de que la idea fracasara en la vieja Europa, donde incluso hubo quien se empeñó en tratar de acabar con los diferentes. Nuestra gloriosa, sorprendente paradoja de ser todos iguales, pero todos diferentes, no cabe en algunas cabezas cuyos titulares desconocen las palabras que abren o han perdidos las llaves de muchas de las estancias de su cerebro. Todos esos miles de chinos, esa estampa polícroma, evidencian que se puede ser diferente, pese a ser igual, aún cuando formes con el resto de los semejantes la unidad de un paisaje humano que a la vez deslumbra y agobia. Sobre el conjunto, apretándolo hasta la extenuación, el sol, la única. Al lado, aparentando, el muy hipócrita, una paciencia infinita, el mar, tentador, sugestivo, aparentemente tan ilimitado como una eternidad.

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