Es una institución popular. Abunda en el pueblo, si es pequeño, y, si no, en el barrio. En el fondo, los barrios son pueblos incrustados en el deformado, distorsionado modo de vida de la gran ciudad, que de no existir los barrios, resultaría insoportable para el ser humano. De hecho, el humano que habita en la gran ciudad, pero no se incrusta en la vida de un barrio, no es un ciudadano, un habitante de esa gran ciudad, sino un paria, un peregrino, alguien que va de paso, como Ashaverus, sin caminos ni descansos.
Es, iba a decir, una institución popular, el o la correveidile. Esa persona que está sin estar, no te das nunca cuenta de que estuvo, pero así fue, se fijó en todo, mantuvo con gran esfuerzo el silencio y ahora se advierte que ha pasado, siempre sin que parezca haber estado, pero dejando en cada esquina el relato completo, sustancioso, de todo lo ocurrido en el lugar, el pueblecito, la aldea, el barrio.
Le molesta que le llamen cotilla, porque su versión es la de que se limita a transportar y verter la noticia una y otra vez, la nueva, el hecho recién ocurrido y que aún no sabía nadie, con la satisfacción puesta en advertir como abre la boca, cómo se asombra el hasta ahora desinformado interlocutor.
Esa persona, el o la cotilla, es incansable. Pasa, va, viene. Se ampara en ese anonimato que le proporciona no ser en realidad más que la noticia misma, el relato del hecho, del acto, de la marranada o el prodigio. Se diría que una de las características, la esencial de la persona cotilla es disponer, por medio de su desapariencia, de la facultad de que no se advierta que está hasta que ya es demasiado tarde y se advierte, con horror el revuelo de su capa cando sale corriendo con su botín en la punta ya de la lengua, presto para ser regurgitado para cualquier víctima que halle a su paso, cualquier corrillo, cualquier apacible tertulia, que en seguida se sobresalta, conmueve, sonríe o se compadece. El o la cotilla dispone de la capa de invisibilidad de Harry Potter.
Pero está. ¡Vaya si está! Es tal vez una de las pilastras que sustentan la cimentación del barrio, de la aldehuela, de la ciudad al fin, que ata y asegura con la telaraña de sus pequeñas y grandes botillerías, los bulos y las noticias, la debilidad y la grandeza del resto de la humanidad, que él o ella lleva en el pico camino de todas y de ninguna parte.
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