martes, 24 de julio de 2007

Contemplar a esta gente tan joven y tan convencida de que sus maneras, tan pasadas de moda, tan poco auténticas, pueden ser útiles para el tiempo que viene, cada vez más nuevo, más fresco, más limpio. Se me ocurre que está agotada la energía producto de aquella erupción de mayo del sesenta y ocho, cuando toda la juventud enloqueció a la vez, unos en la calle, otros atónitos, desde lejos, pero de algún modo partícipes del inédito anhelo de llevar la imaginación al poder a ver qué podría pasar.

Todo se apaga, incluso cesó el diluvio, en su día y los más voraces incendios acaban en unas ridículas pavesas que mueve sin gana el viento, como si fuesen palabras semivacías, hojas secas, proyectos olvidados, sonrisas que no advirtió el destinatario.

Parece mentira que sean jóvenes, algunos, o relativamente jóvenes, empecinados como siguen en que se podrían seguir usando los viejos palitroques para edificar el inimaginable reducto del tiempo nuevo, cuya silueta se puede ir al menos en parte imaginando si pones buena voluntad y duda juvenil, que tiene algo de imaginación y mucho de fantasía.

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