viernes, 6 de julio de 2007

Llegar con la mochila del cansancio a cuestas a una noche cualquiera de verano es señal de que aún hoy he trabajado, sido útil -¿de veras?- en algo. Te paras a pensar y a ver si resulta
–se te ocurre, o se me ocurre, por lo menos a mí- que eso que llamo trabajar, en vez de ser útil, ha resultado un estorbo para algo útil que de no ser por mi actividad se habría producido o se habría producido antes. Y queda la duda, siempre la duda, flotando como un nenúfar en el agua quieta. La filosofía oriental, que dicen que es la más antigua, puede que sea por eso más partidaria de la quietud. Lo que contrasta con la evidencia de que lo quieto es que lo abandonó la vida, que es de por sí dinámica. Puesto que no debe poder darse un modo de vivir hacia dentro que acabaría en un agujero negro de destinos inconcebibles. Me doy un paseo por el mundo blog y compruebo, asombrado, la inmensa variedad de modos de pensar por que discurren los pensamientos de la gente que escribe lo que se le ocurre. Y la diversidad inmensa de modos de expresión, que va desde lo ininteligible hasta la más escueta, envidiable, sencillez con que algunas personas dicen lo indispensable. Juan Ramón Jiménez me da la impresión de que vivivió toda una veda en camino y búsqueda de un modo de decir un poema sin necesidad de palabras, a fuerza de adelgazar las indispensables. ¿Será posible que cualquier cosa que diga sea ya más de lo que debería haber dicho?

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