viernes, 27 de julio de 2007

Leo los versos en el aire y los escribo según vienen, que a veces parecen traducciones apresuradas o me salto el ritmo y lo pierdo, atolondrado como me deja la belleza de las palabras que cada verso esgrime como una lanza de caballero medieval, con su pendón arriba, en la punta, multicolor y alegre. Por eso cuando después de mucho tiempo vuelvo sobre ellos, todos me parecen nuevos, al recobrarlos sosegadamente en el cuaderno, la memoria del ordenador o un libro. El viento no se cansa de mover las palabras, intercalarlas, desordenarlas, fingir con ellas arquitecturas imposibles, juegos de luz y sombra. El viento es como un arquitecto de palabras, un viejo arquitecto sabio, como lo era mi amigo Luis, que dejaba entre las palabras y los versos, como debe ser, silencios, espacios para que circulen el aire, la vida, las glosas, los comentarios, benevolentes o inicuos, de quienes lean mis versos un día, cuando alguien encuentre un libro viejo, de páginas amarillentas y retorcidas. Puede que algún poema se interrumpa y será sugestivo para el lector, espero, que lo completará y seremos colaboradores, cuando yo esté en la otra dimensión que nos espera. -

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