viernes, 6 de julio de 2007

La Anunciación de el Greco, es económica en figuras de primer plano, más bajo: un ángel que parece hecho de o encarnado, por así decirlo, en luz de luna y la Virgen Nuestra Señora, alzándose en escorzo de lo que parece un reclinatorio, con túnica rojiza y manto azulenco, evidentemente sorprendida. Arriba hay una luz deslumbrante y apoyados en ella están Dios Espíritu Santo, la paloma, bajo una turbamulta de ángeles que rodean y acompañan a la que parece ser la Virgen Nuestra Señora, sentada con su hijo, niño, en brazos. El ángel que anuncia, es decir, el arcángel, tiene alas, extiende la mano y razona con ella hacia la mano alzada a la defensiva por Nuestra Señora. Lleva una vestidura amarillo de oro. No una vestidura de oro ni dorada, sino amarillo destinado, se ve, a convertirse en cualquier momento en oro. Todavía no lo es, sin embargo, quizá porque no se ha desprendido del todo de su esencia de luz escasa, débil, de luna. La del resto del cuadro, la luz, digo, es indecisa.

Forma parte el Greco de la cadena de pintores que mejor comprendo, no en lo que pintan o por qué, que es otra historia, sino en el modo de expresarse. De algún modo, mi cultura forma parte de esa cadena y la cadena de mi cultura, entendida como manera de comportarme ante el hecho de vivir. Los diré casi de corrido: fra Angélico, el Bosco (cómo no), el Greco, Goya, van Gog, Modigliani, Zabaleta. Seguramente no están todos, pero sí la digamos columna vertebral de mi preferencia pictórica, alrededor de la cual hay en cada epoca admiraciones de segunda clase, por más que riña mi maestro Luis, que pudo haber sido pintor o poeta, fue ambas cosas y no fue ninguna, pero yo, además de haberme honrado en que fuese mi amigo, le seguiré admirando y más como todavía como persona, hombre bueno, con sentido del humor y paciencia inagotables, además de su fervor por todo aquello que prefería. Mi maestro Luis me diría que Velázquez sobre todos, pero Velázquez, como en la música Beethoven, me parecen tan perfectamente geniales que escapan a lo que puedo comprender para empezar a admirar. Velásquez, cuando se apea de las Meninas y se queda en el Aguador o en un plato de huevos fritos, o Beethoven en sus cuartetos y quintetos son otra cosa. Me puedo quedar absorto con ellos, hacer tertulia, mirar y escuchar.

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