Estás solo. Es inexorable que al final se sienta uno solo. Tal vez sea cosa de que no supimos convivir y la caravana de la humanidad, de algún modo, hace justicia abandonándonos en la soledad en compañía, que si no es de las peores, puede describirse como aquel lugar en que acompañado de las personas que quieres, notas que les estorba tu presencia. Tu seguirías entregando, pero cada vez tienes las mismas, o tal vez más, aunque a veces menos quisicosas materiales y te va quedando ofrecerles únicamente lo que a raudales te mantiene vivo, que es el afán de aprender a darte.
Lo que ocurre, sin embargo es que hay una lección que jamás se aprende por completo: la de dar y no esperar a cambio. Te entrenas a solas. Haces exámenes de conciencia, propósitos de conducta … Es muy difícil. Y por eso, lograrlo, cuando se logra y consigues responder al desplante con la misma sonrisa que a la caricia, o cuando logras pasar desapercibido mientras no haces falta para algo, siquiera sea recibir una palabra perdida, adviertes la satisfacción que te embarga por encima de los achaques que se van teniendo y te limitan cada día un poco más el paisaje que antes era tierra de conquista posible, como un continente o un mundo recién descubiertos.
No es tristeza, sino lunes.
Los lunes son así incluso en verano.
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